Un jardín de hilos de esperanza para Nuestra Señora de la Fuensanta
Santiago Espada – Historiador del Arte e investigador
El traje más antiguo de cuantos se conocen y forman parte del grupo de trajes históricos que conforman el ajuar de Nuestra Señora de la Fuensanta es un vestido de color verde mar que se ha había hecho de su caudal, datado en mayo de 1766 y que fue lucido por Nuestra Patrona en numerosas romerías y festividades. Este primoroso indumento, de relevante valor histórico-artístico y expuesto en el Museo de la Catedral de Murcia en marzo de 2019, es, de cuantos conserva, el que mejor representa toda la esencia de la estética barroca de la Virgen de la Fuensanta por dos razones fundamentales: la primera porque fue en ese periodo histórico cuando tuvo lugar el siglo de oro del arte textil murciano, la segunda porque sus atuendos van a estar realizados, en la mayoría de los casos, con tejidos labrados de seda en lugar de bordados.

Se trata de un traje confeccionado a partir de un tejido de seda labrado y manufacturado muy seguramente en los talleres de Lyon, cuya decoración responde a un diseño de estilo rococó protagonizado por una floración dieciochesca de exuberante y abigarrado naturalismo, muy cercano al estilo de Jean Revel, que han sido materializado mediante la combinación de hilos de oro e hilos de seda, dando lugar a primorosos contrastes lumínicos. La selección de este tejido y los motivos florales y vegetales que protagonizan su diseño no fue algo casual, sino que estaba plenamente justificado al responder a toda una suerte de simbolismo religioso y mariano. El traje está formado por jubón, con mangas y manguitos separados para facilitar la tarea de vestir la imagen, falda, manto y vestido para el Niño. Todo el vestido está guarnecido con galones de oro entrefino que costaron 363 reales, siendo el importe de su costura 92 reales.

un tejido de similares características.
El tejido con el que se confeccionó este traje era un bien al alcance de muy pocos debido a su alta calidad y coste, lo cual era considerado como algo lujoso por la más alta sociedad del momento y por ello, tejidos de similares características eran empleados para la confección de sus indumentos de gala. Tal era el valor que tenían estos tejidos, que en ocasiones eran donados a la Virgen de la Fuensanta como expresión de fe, ofrenda o agradecimiento por ser dignos de una reina como ella. Está documentado que 1777, por encargo capitular, Dª. Concepción Lucas, por entonces camarera de Nuestra Patrona, mandó confeccionar un nuevo vestido hecho de una bata y zagalejo de espolín que habían dado de limosna, siendo 211 reales los gastos de su guarnición, recados y hechuras (ACM). Además, gran parte de historiografía que versa sobre la historia de Nuestra Patrona recoge el hecho de que “La Cómica” Francisca de Gracia, donó todos sus vestidos a la Virgen que sin duda estaban confeccionados con los más primorosos tejidos y bordados del momento. Con respeto a todo lo anterior debo resaltar una cuestión relevante que hay que tenerse presente: aún en la actualidad y en el imaginario popular sigue asentada la idea de que la Virgen viste un traje “inventado” antaño expresamente para ella por la iglesia. Esto es algo que totalmente incierto porque desde que surge en el Medievo la tipología de escultura “vestir” para la representación la Virgen María, tanto en Murcia como en el resto del territorio nacional, va a lucir siempre la indumentaria propia de la realeza y la aristocracia a fin de acercarla al creyente y facilitar su identificación y estatus como Reina del Cielo. Podemos afirmar por tanto que este indumento barroco de Nuestra de la Fuensanta está cargado de contemporaneidad.
Cuando hablamos de la contemporaneidad del atuendo que conforma la segunda piel de Nuestra Patrona, de ha de entenderse siempre en el sentido que, toda su indumentaria histórica fue confeccionada a partir de tejidos y patrones propios de la estética regia y cortesana española y europea, cuyos diseños estaban fuertemente influenciados por la moda y gustos del momento. La Virgen María, como reina del cielo y la tierra, se optará por vestir su imagen de igual modo a como lo haría cualquier miembro de la realeza terrenal, tanto europea como española, ya que la indumentaria tenía un papel de identificación social muy relevante. Hay un texto de Francisco Quevedo y Villegas, en su obra El mundo desde dentro, que refleja muy bien cuan relevante era la indumentaria como código de identificación social y que reza: ¿Ves aquél que gana de comer como oficial, y se viste como hidalgo? Es hipócrita, y el día de fiesta, con el raso, y el terciopelo, y el cintillo, y la cadena de oro, se desfigura de suerte que no le conocerán las tijeras, agujas y jubón; y parecerá tan poco a oficial, que aún parece que dice la verdad…”.

Hemos hablado de lujo y ostentación en el indumento de la Virgen como modo de expresión y de identidad, algo que a priori puede resultar ilógico y sorprendente porque naturalmente, la Santísima Virgen María no vistió prenda de tal riqueza, pero era algo que estaba plenamente justificado como instrumento teológico de adoctrinamiento y en un contexto social muy distinto al actual, pues como decía Fray Tomás de Ledesma, en su Apología o Defensa de la Christiana, Santa y Loable Ceremonia de vestir a Christo nuestro bien con la Cruz a cuestas en la calle de la Amargura, con túnicas ricas, de preciosas sedas, con sogas de hilos de oro, esmaltadas de diversa pedrería, como lo usan en nuestra España muchas Cofradías Santas, eralícito faltar a la verdad histórica para la educación de los espíritus más simples e ignorantes, ya que la riqueza en sus atuendos era índice de la gloria que poseían en el cielo y del esplendor que hallarían sus almas. Hay que tener en cuenta que esta contemporaneidad del arte textil de la que hablamos, a partir de la cual se confeccionaba el atuendo de la imagen sagrada, es un recurso que ya se encuentra en las representaciones sacras realizadas por los pintores flamencos y los renacentistas italianos, pues el lujo de los tejidos, al ser símbolo de estatus y poder, permitía alterar ligeramente el estatus sagrado de la imagen a favor de una apariencia más humana y cercana para el fiel. Tras el Concilio ecuménico de Trento (1563) y durante el Barroco se produjo por parte de la iglesia un serio intento a fin de estrechar lazos con el pueblo y de lograr un acercamiento entre Dios y el hombre, lo cierto es que las imágenes de vestir de la Virgen en sus distintas advocaciones, eran un poderoso vehículo didáctico y educativo que fortalecían el catequismo y la devoción de los feligreses, aunque ya en los inicios del cristianismo la pedagogía mediante la imagen había sido admitida como instrumento. De hecho, en el siglo XI, San Bernardo defendía que las imágenes eran beneficiosas para la educación del pueblo porque era prácticamente “la Biblia de los Pobres”.
Gracias a las fuentes documentales, se conocen las características de otros interesantes y suntuosos vestidos y mantos que poseía Nuestra Señora de la Fuensanta en su ajuar que eran contemporáneos a este. Uno de ellos era un vestido precioso de tela con labores de plata en campo de color rosa, que había regalado a la Virgen, en abril de 1743, Dª Francisca Valdenoche, mujer de D. Blas Jover, natural de esta Ciudad, del Consejo de S. Majestad en el Supremo de Castilla, Embajador en los Cantones y Secretario del Sr. Infante, residente al presente en la Corte de Saboya (ACM). Otro de ellos era un vestido entero de tela de la plata con ramos de oro, y guarnecido de encage también de oro, con vestido para el Niño también de la misma tela regalado en abril de 1793 por Dª Antonia Sancho (ACM).
Esta obra de arte textil, con categoría de obra de arte, es testigo de un periodo histórico-artístico donde tuvo gran esplendor la sedería murciana. Las creaciones textiles no son ajenas al contexto social en el que surgen y por ello, este vestido de Nuestra Señora de la Fuensanta está inherentemente ligada a un capítulo clave de la historia de España que es de obligada mención: la subida al trono español de Felipe de Anjou, nieto de Luis XIX, tras la guerra de sucesión española. El siglo XVIII y la coronación de Felipe V como rey de España supondrá sin duda un cambio sensible en todo el panorama de las artes en España, y por ende en Murcia. Pero, además no solo se producirá un cambio de dinastía que romperá con todo lo anterior, sino que la llegada de los Borbones supondrá la reafirmación y asentamiento de unos cambios y variaciones estéticas en la indumentaria española que habían sido tomadas directamente de las costumbres de la corte francesa, en cuanto a exorno, boato y apariencia externa, ya durante el reinado de Carlos II, el último de los Austrias. Con su singular indumentaria, que era toda una suerte de excesivo barroquismo, Francia logró sustituir definitivamente a España como referente estético europeo, alcanzando la misma incluso el nivel de código. La introducción de esta nueva moda en la corte y la aristocracia española corrió a cargo de las personas que componen los séquitos del rey y la reina, y de aquellos otros nobles y miembros del estado secular que se adhieren con entusiasmo a los nuevos preceptos estéticos.

Aunque el tejido con el que se confeccionó este vestido de Nuestra Señora se trata de un tejido lionés, ciertamente frente a estos y con respecto a la excelencia de los tejidos murcianos decían los más entusiastas que los viajantes de Lyon de Francia no hacen nada en esta ciudad, en donde todos se surten de lo que aquí se fabrica y no es la moda lo que hace preferir los tejidos de esta fábrica sino la equidad del precio al paso que compiten con los de Lyon.
Este traje es el que luce Nuestra Señora en el célebre retrato que le realizó el pintor murciano Almela Costa en el año 1927. Fue lucido por la Virgen el 18 de septiembre del año 1940 durante su traslado a Zaragoza con motivo de las celebraciones organizadas para conmemorar del XIX centenario de la llegada de la Virgen del Pilar a la capital aragonesa. Aunque su estado de conservación es muy bueno, no es lucido por la imagen de Nuestra Señora en la actualidad.
Podríamos afirmar con acierto que, cuando Nuestra Señora de la Fuensanta “elegía” este vestido de gala para salir al encuentro de su querido pueblo lo hacía, como reza el título de este breve artículo, revestida de un jardín de esperanza, algo tan necesitado en los días actuales.
Cierro estas líneas recuperando un poema de José Martínez Tornel, extraído de su Colección completa de los Romances populares murcianos en el que recoge las cualidades y virtudes de Nuestra Patrona, una serie de símbolos y alegorías de su historia que también están metafóricamente “tejidos” en este magnífico traje.
La tradición la figura
en símbolos terrenales
en la palma generosa
que arrulla el viento suave;
en el cedro del Carmelo,
en la estrella de los mares,
en la oliva de los campos,
en la rosa más fragante,
en el ciprés más gallardo,
en la azucena del valle,
en el terebinto umbroso
y en la nube fecundante.