Primer domingo de mayo, mes de María, día de la Madre, de hace veinticinco años.
Los marrajos, los procesionistas cartageneros, los fieles de la Iglesia diocesana de Cartagena abarrotábamos la plaza de los Héroes de Santiago de Cuba y Cavite junto a las aguas del Mediterráneo en el puerto de Cartagena para asistir, alborozados, aquel 7 de mayo de 1995, a la Coronación Canónica de la imagen de la Santísima Virgen de la Soledad.
Un acontecimiento único en el que por vez primera en nuestra Diócesis se coronaba a una imagen que no era Patrona, a una imagen que formaba parte de la narración de la Pasión en una de las cofradías pasionarias que cada Semana Santa recorren las calles de la Región.
Fundada en los inicios del siglo XVII en el convento de los Dominicos (sus primeros documentos datan de 1641) la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, procesiona desde 1663 en la madrugada y la noche de Viernes Santo. En la madrugada representa el recorrido de la calle de la Amargura; en la noche, el cortejo del Santo Entierro. Y en ambas procesiones aparece al final la imagen de la Madre, la de la Santísima Virgen.
Desde sus orígenes, la advocación elegida para ello fue la de la Virgen de la Soledad. Siguiendo la iconografía instituida en 1565 cuando Gaspar Becerra tallase para el convento de los Mínimos de Madrid una imagen de esta advocación, la Soledad acompaña a Su Hijo con las manos juntas, en oración, vestida con túnica blanca y manto negro, tal y como establecen las leyes que regulaban el luto en España desde los Reyes Católicos.

Hasta 1880 la Virgen de la Soledad cerraba ambas procesiones marrajas. Con la incorporación de una talla de la Dolorosa para la del Encuentro, la Soledad siguió cerrando el cortejo del Santo Entierro, como lo había hecho desde sus inicios.
La talla más antigua, anónima, fechada en torno al primer tercio del siglo XVIII sería sustituida en 1925 por otra de José Capuz, aunque su rostro se conservó y, recuperada en 1981, sigue procesionando, ahora como Soledad de los Estudiantes.
La primera Soledad de Capuz desaparecería en el transcurso de la Guerra Civil española (1936-1939), y tras una imagen provisional realizada por José Alfonso Rigal, en 1943 los marrajos recibieron la actual, una escultura de nuevo de José Capuz, una impresionante talla que abre sus brazos hacia un Cristo Yacente que desfila ante ella.
La Soledad marraja unía pues una devoción secular, un cariño infinito de sus hijos y una nueva talla de singular belleza que incrementaría la fe de cuantos se postran ante ella, de los que la preceden en procesión y, finalizada ésta, se unen en la puerta de Santa María para –como es tradición en Cartagena- despedirla con el canto de la Salve.
Esas puertas se abrieron aquel domingo de 1995 para esperar la salida de la Madre. En el trono de la Piedad, sobre los hombros de sus portapasos, de los del resto de agrupaciones marrajas y de los de las agrupaciones de la Virgen del resto de cofradías cartageneras, comenzaba su camino hacia el puerto.
Tal y como había sucedido el Viernes Santo precedente, una vez finalizados los trámites ante la Santa Sede, la imagen desfilaba sin corona.
Llevaba su manto de terciopelo negro, bordado, obra de la Casa Mustieles de Madrid en 1922 y ampliado posteriormente por una de las grandes bordadoras de Cartagena, Consuelo Escámez. Con mantilla dorada bajo éste, un signo de divinidad que Capuz quiso que estuviese presente en su obra. El dorado de lo divino que emanaba de su interior se vería pronto completado por el dorado de la corona que la consagraba como reina, el dorado de la majestad.
Una corona que desfilaba ante Ella en manos de sus padrinos: una Hija de la caridad y un pescador retirado.
La corona había sido realizada por el orfebre José María Guillén, siguiendo el diseño que había realizado años antes Vicente Segura y había sido sufragada por cuestación popular. Una corona imperial y aureola realizada en oro, llevando en su parte inferior los escudos de todas las agrupaciones marrajas y el de la Cofradía del Resucitado (que surgió como agrupación marraja).

Al llegar el cortejo a la plaza del Ayuntamiento se unió al mismo la Corporación Municipal, llegando así a los Héroes de Cavite, donde se celebró una Eucaristía en la cual el Obispo de Cartagena, Monseñor Javier Azagra procedió a depositar sobre la talla la corona.
Era así la quinta imagen de la Virgen coronada en la Diócesis tras la Patrona de Cartagena, la Virgen de la Caridad (1923); la de Cehegín, la Virgen de las Maravillas (1925); la de Murcia, la Virgen de la Fuensanta (1927) y la de Yecla, la Inmaculada Concepción (1954).
Fue aquel un momento de especial gozo, de alegría para todos los presentes. Para todos los marrajos, como expresaría el entonces Hermano Mayor de la Cofradía, Don Pedro Ferrández Flores.
Coronada, la Soledad emprendía el retorno al templo de Santa María, acompañada de un gentío que no quería dejarla sola en ningún momento, y que esperaba a cantar de nuevo una Salve al despedirla.
Desde entonces, cada año la Soledad Coronada sigue cerrando la procesión del Santo Entierro en la noche marraja del Viernes Santo… cuando hay procesión, porque este veinticinco aniversario ha estado precedido de dos años con su ausencia.
Tras la lluvia de 2019, la pandemia de 2020 nos ha impedido celebrar tal y como estaba previsto esta importante efeméride. Queda eso sí pendiente.
Pero la eucaristía que ofició el capellán marrajo, Rvdo. D. Fernando Gutiérrez Reche a los pies de la Virgen de la Soledad, en la capilla con que hoy cuenta en la parroquia castrense de Santo Domingo, anexa a la capilla de la cofradía, nos permitió este primer domingo de mayo de 2020 acompañar en la distancia a nuestra Madre de la Soledad.
Y cantar a sus pies una emocionada Salve, recordando aquel día, aquel 7 de mayo de 1995 que llevamos grabado en nuestros corazones.
Agustín Alcaraz Peragón
mayo de 2020
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